lunes, 7 de junio de 2010

LA MÁSCARA DE LA VANIDAD

La vanidad es una religión con muchos fieles. Los hay de distintas edades, razas y condiciones sociales, pero tienen una característica común: todos llevan máscara. Sacrifican sus verdaderos rostros en el altar de la apariencia para conseguir la admiración, valoración y respeto de su entorno. Apuestan por el culto a la imagen como camino hacia el éxito y la felicidad. De ahí que necesiten alardear de sus cualidades y presumir de sus triunfos. Sin embargo, quienes viven demasiado pendientes de dejar claro el propio mérito en todo lo que hacen suelen pagar un precio muy alto… Se convierten en esclavos de su propio disfraz.

Adicta a la mentira y manipuladora por naturaleza, la vanidad nos aísla de la realidad. Su embrujo nos convierte en rehenes de la imagen que queremos dar a los demás. Nos lleva a ocultar nuestras carencias y necesidades, lo que nos condena a vivir una vida falsa, coreografiada, de cara a la galería. Pero encerrar bajo llave nuestras inseguridades y nuestra vulnerabilidad no las hace desaparecer. El hecho de no aceptar nuestros defectos y debilidades nos lleva a negar una parte de nosotros mismos, y eso termina pasando factura. El culto a la apariencia crea personajes, no construye seres humanos. Y los personajes tienden a vivir pendientes de lo accesorio y olvidar lo esencial.

De ahí que la vanidad crezca orgullosa al son de los halagos, que generan una satisfacción inmediata pero muy efímera. Busca su alimento en los aplausos ajenos, sin atreverse a cuestionar si ésa es la fuente de la verdadera felicidad. Se contenta con el respeto de los demás, olvidando el respeto que nos debemos a nosotros mismos. Nos convierte en seres dependientes de una máscara ficticia, lo que nos impide ser aceptados y valorados por lo que realmente somos. Y eso nos conduce a una perenne sensación de malestar, lo que perpetúa el círculo vicioso. Pero lo cierto es que no lograremos un bienestar genuino y sostenible hasta que nos atrevamos a conectar con nuestra autenticidad, aceptando nuestra luz y también nuestra sombra.

Máscaras y personajes
"Vigila la máscara que te pones, porque con el tiempo puedes terminar por olvidarte de quién eres realmente", Alan Moore

Cuenta una antigua historia que una rana muy presumida vivía en una hermosa charca. No le faltaba comida ni compañía, pero no se sentía satisfecha. Cada mañana observaba durante un largo rato su reflejo en el agua, maravillándose de su propia perfección. Y soñaba con viajar a un lugar más cálido, donde supiesen admirar adecuadamente sus muchas cualidades. Al cabo de unas pocas semanas, unos gansos viajeros le sugirieron que emigrara con ellos hacia el soleado sur. Pero había un pequeño inconveniente: la rana no sabía volar. "Dejadme que piense un momento" -dijo la rana-, "seguro que mi cerebro privilegiado encontrará una solución".

Fiel a su promesa, pronto tuvo una idea. Pidió a dos gansos que le ayudaran a buscar una caña ligera y fuerte y les explicó que cada uno tenía que sostenerla por un extremo. Ella se puso en medio, y se agarró a la caña mordiéndola con la boca. Con mucho cuidado, las aves emprendieron el vuelo. Así comenzaron su travesía. Todo iba según lo previsto cuando, al poco rato, pasaron por encima de una pequeña población. Los habitantes de aquel lugar salieron para ver el inusitado espectáculo. Nunca habían oído hablar de ranas que volasen, y menos utilizando un medio de transporte tan ingenioso.

Elevando la voz, un aldeano curioso preguntó: "¿A quién se le ocurrió tan brillante idea?" Al escucharle, la rana no pudo evitar que se le escapara la orgullosa e inmediata respuesta: "¡A mííí!". Su vanidad fue su ruina. Aquellas fueron sus últimas palabras. En cuando abrió la boca, se soltó de la caña… y cayó al vacío.

El paradigma de la autenticidad
"Engrandécete y te humillarán. Sé verdaderamente humilde y te engrandecerán", Jesús de Nazaret

La vanidad es traicionera. Nos limita, porque nos lleva a considerarnos superiores y nos impulsa a remarcar constantemente nuestros logros. Sin embargo, esta tendencia delata nuestras carencias emocionales. La necesidad de atención, de valoración, y, a menudo de reafirmación, nos lleva a delegar en los demás nuestro bienestar emocional. Anhelamos que nos acepten tal como somos, pero no mostramos nuestro verdadero rostro por miedo al rechazo. Así, demasiado a menudo vivimos en la cárcel de lo que piensan (y dicen) las personas de nuestro entorno.

Solemos esperar que los demás llenen nuestro vacío y cumplan nuestras expectativas, pero la realidad es que tan sólo nosotros podemos llenarlas. Liberarnos de la tiranía de la vanidad pasa por conquistar nuestra propia confianza, el mejor antídoto contra ese temor que nos impide avanzar. De ahí la importancia de conocernos a nosotros mismos y aceptar lo que vamos descubriendo acerca de quiénes y cómo somos. De este modo, entraremos en contacto con una visión más objetiva de nosotros mismos, que nos permitirá cuestionarnos y evolucionar, comprometiéndonos con nuestro desarrollo como personas. Si creemos en nosotros mismos y en nuestras posibilidades, dejaremos de vernos arrastrados por las opiniones ajenas. Y seremos capaces de tomar las riendas de nuestra vida, abandonando nuestro disfraz y conectando con nuestra autenticidad.

No en vano, ser auténticos significa ser íntegros. Es decir, respetar nuestros valores y principios, siendo fieles a nuestro camino más allá del "qué dirán". Trascender nuestra vanidad pasa por empezar a valorarnos por la persona que somos, no por la que creemos que deberíamos ser. Eso sí, desprenderse de la máscara de la vanidad requiere un compromiso a largo plazo. El secreto radica en aprender a conocernos, comprendernos y aceptarnos tal como somos. Sólo así podremos iniciar el cambio hacia la persona libre y auténtica que podemos llegar a ser.

En clave de coaching:

¿Cómo quieres que te vean los demás?
¿Qué necesidad tienes de ser reconocido por la sociedad?
¿Qué podrías hacer hoy para sentirte más auténtico?

Artículo extraído del blog de Irece Orce "Metamorfosis" en La Vanguardia
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