La paradoja de la predestinación es una paradoja que establece que todos los actos que están ocurriendo y que van a dar lugar a un resultado futuro, no pueden ser modificados de ninguna manera. Lo que tiene que ocurrir, ocurrirá, es inevitable.
Esto nos lleva a pensar en diversos temas, como por ejemplo:
La relación que tenemos con las personas a lo largo de nuestra vida, si todo está predestinado a ocurrir de una manera, hagamos lo que hagamos, queramos o no queramos, estaremos dando como resultado la acción que va a ocurrir y que es inevitable.
Todo está matematizado y mecanizado, con lo que no puede ser alterado por nada ni por nadie. Este concepto choca con la teoría del libre albedrío.
Acoplando lo anterior al sistema filosófico llamado fatalismo, la paradoja de la predestinación es el eje principal del dogma, ya que éste argumenta que la voluntad del hombre no está por encima del curso único que debe seguir el destino.
Según la teoría de la predestinación, el hombre, como ser dotado de una capacidad de transformar el mundo, se ve imposibilitado para cambiar el curso único e inamovible que tiene nuestro futuro. Nuestros actos y nuestra voluntad se ven subyugados al poder de una entidad superior. Dicha entidad tiene establecido cómo deben suceder las cosas y en qué momento deben suceder. La paradoja de la predestinación asegura que el destino es inmutable y no posee variación, se mantiene tal cual como está escrito y planeado. No hay excepción.
Por ejemplo, si uno decide no hacer algo para cambiar el mundo, esto ya estaba predestinado a suceder (el hecho de haber decidido no hacerlo). Esta paradoja está especialmente presente en religiones como la católica y otras religiones ortodoxas, donde por un lado el libre albedrío es parte del canon religioso y por otro lado existen profetas que anuncian algo que va a ocurrir. La teología católica demuestra que hay una solución posible a esta paradoja proponiendo que todo el espacio-tiempo, y por tanto el tiempo mismo, es parte de la creación de Dios, de tal manera que Dios vive en la Eternidad donde el tiempo no existe y que desde dicha eternidad tiene la capacidad de ver la integridad del tiempo, lo que para nosotros ocurrió, lo que está ocurriendo y lo que ocurrirá, aún cuando lo que ocurrirá sea la consecuencia de nuestras decisiones, y es desde esa perspectiva especial que puede comunicar a sus profetas lo que ocurrirá, sin que esto modifique el libre albedrío. Otras veces, los profetas dicen "lo que va a ocurrir" si se mantiene una conducta, en ese caso la paradoja no existiría porque se trataría de una profecía condicional. En esta teoría teológica se dice que el presente es el punto donde el tiempo y la eternidad se tocan.